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viernes, diciembre 17, 2004

DIJERON DE MI 




Lo que hablaron a mis espaldas no lo sé. Lo único que sé es lo que dijeron de mí.

* Me llevo muy bien contigo, en serio (una alumna de tarot que hoy me regaló un anillo mexicano de plata con un escorpión sobre piedra de Onix)

*Te ponés muy histérica, te enojás por cualquier cosa, te quemás mal (un compañero de trabajo refiriéndose a ciertas actitudes nerviosas que suelo tener frente a exigencias ridículas)

*Dale, ¡vos podés todo! (el mismo compañero, refiriéndose aparentemente a la idea que tiene de mí como chica superpoderosa)

*¿Vamos a inventar algo? (el mismo compañero, quiere filmar algo, si sigue insistiendo voy a terminar pensando algo para él y lo vamos a hacer)

*¡No tenés que salir con la gente por comodidad! ¡Eso no! Tenés que salir con la gente porque tenés ganas, o sea, ¿sólo porque yo te haya invitado y te quedó cerca de tu laburo estás acá? (un amigo de los últimos tiempos que se sintió herido por mi confesión de que últimamente estoy muy cómoda y que si tengo que ir muy lejos no voy, pero como no tenía nada que hacer y la pizzería quedaba a la vuelta de mi laburo, ta, fui)

*Vos sos una persona que concreta las cosas que se propone, todo va a ir bien (una buena amiga dándome ánimos en las vacaciones mientras se fumaba unos porros y me tiraba las cartas)

*Hay personas que pueden hacer varias cosas a la vez, ingresar libros, cobrar, vender, hablar. Pero vos no. Vos te concentrás en lo que hacés, y si hacés una cosa te cerrás en eso o te embarullás y no hacés la otra. Quiero que me escuches bien: dedicáte a lo que sabés hacer y muy bien: vender. Quiero que te encargues de charlar con la gente, de darles libros, de recomendarles, sos la más ágil. Para hacer las otras cosas administrativas está la otra gente ¿está claro? ¿qué tomás? ¿un café? No, mejor una cocacola. Mozo! Una cocacola. Pah, 36 mangos una cocacola (en un bar) Pero, hubiéramos comprado una en la librería y nos daban un litro Pero...¡qué disparate! (mi jefe, en el bar de al lado de la librería, en una microrreunión antes de navidad, afilando la puntería y fijando roles dentro del equipo)

*Sos una mina muy rica interiormente, valés mucho, pero estás re-salada (mi ex-novio, en oportunidad de que yo lo llamara para retomar la relación ?!! supongo que se refería a lo que sintió después que lo dejé,Peligro, peligro!)

*Contigo aprendí que no hay que tomarse las cosas tan en serio, que te podés reír de todo, que la podés pasar bien a pesar de todo (mi actual compañera de trabajo)

*Dejás todo por la mitad (mi hermana, cuando yo tenía diez y ella ocho, me recriminaba que tenía muchas ideas pero que no las llegaba a terminar como requerían, se trataba de un arbolito de navidad medio original que estaba haciendo, hasta que ella me dijo esto y nunca lo terminé)

*Dedicáte a la literatura, mija, que es lo que mejor te sale (mi padre, cuando yo estuve en una crisis vocacional-existencial)

*Vos tenés buen gusto, eso sí (mi madre, refiriéndose a mi interés por el arte, la decoración, la vestimenta)

*Me cago de la risa contigo (una alumna de tarot mientras le explico con ejemplos reales demasiado reales los personajes de la corte, reinas, princesas)

*Tenés que dejar de pensar, la gente que lee mucho se vuelve loca, tenés que conformarte con lo que tenés (un alcohólico anónimo que no lee un pomo, dedicó la mayor parte de su vida a tomar y a timbear y ahora está bastante mal de la cabeza)

*¡No proyectes! (un compañero de trabajo que es casi psicólogo, siempre que le decía algo que le molestaba me mandaba esa)

*Me encantó tu libro, los cuentos están muy bien construídos, en serio (mi mejor amigo, que vive en Maldonado, cuando lo llamé por teléfono para su cumple este año, aprovechó para darme su impresión de mi libro de cuentos que recién ahora le regalé)

*Vos sos biónica, al lado tuyo, mis amigos son unos pusilánimes (un chico de 15 años, a la segunda semana de conocerme en un taller literario)

*Te vi y me di cuenta de que todas las demás están haciendo cosas que no les salen de adentro, ceniceros, boludeces. Las calaveras tuyas de cerámica son una expresión muy auténtica, vos sí tenés algo que expresar (un ex-compañero de cerámica el día que me habló por primera vez en el taller, con el que tuve mucha afinidad durante un tiempo)

*¿Cómo anda la cineasta? (un cliente que me asocia a mi título estudiantil y me desea buena suerte en la vida)

*Te quiero en mi revista (por enésima vez, alguien que hace una revista independiente sobre política pero que no paga)

*Qué vas a hacer después de acá, digo, cuando salgas del trabajo ¿querés ir a tomar algo? (un pibe que se confundió, que creyó que porque yo le hablaba estaba enamorada de él)

*Vos sos diferente, yo siempre se lo digo a tu padre, que tu hermana será buena, pero vos, Chica Vudú sos una persona especial, buena, buena, sos otra cosa, ¡ah sí...! (la empleada de mis padres, emocionada, me quiere mucho)

*Chica Vudú es la que me presta todos los libros de Bukowsky, el de Celine, ella mira John Waters, escucha Los Ramones, ella hace todo, sabe todo, ella es Chica Vudú, te la presento (un ex-compañero de clases, en un pool, presentándome a su mejor amigo antes de encarar un juego)

*Preguntás mucho. Sos demasiado inquisitiva, y además te creés que conocés a la gente, que le sacás la movida, y nada que ver, no sabés nada, nada... (el mismo, pero un tiempo antes en un bar)

*Lo que nunca tenés que dejar de hacer es escribir, porque sí, porque es muy gracioso las cosas en las que te fijás (mi mejor amiga mientras estamos tiradas en la playa sobre unas rocas mirando el planchaje dominguero de Malvín)

*¿Cómo no te voy a reconocer la voz, Chica Vudú? Si sos la que me cae mejor de todas, me pongo de buen humor, me alegrás la tarde, vos no desayunás vinagre como las otras... hablar contigo es otra cosa! (un distribuidor con el que me comunico día por medio, refiriéndose a que le resulta fácil reconocer mi voz en el teléfono dentro de miles de vendedoras que le hacen pedidos en el día, y a su natural simpatía hacia mí)

*Hermosa, hermosa...! (mi novio, obvio)

¿Se acuerdan de algo que les hayan dicho alguna vez, recientemente o no, que todavía forme parte de sus recuerdos, lindos o feos? Todas esas cosas que por lo bajo van armando ese puzzle que es la identidad.

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LA CALLE DE LOS MENDIGOS 

Extraigo un cigarrillo y lo llevo a los labios; acerco el encendedor y lo hago funcionar, pero no enciende. Me sorprende, porque hace pocos momentos marchaba perfectamente, la llama era buena, y nada indicaba que el combustible estuviera por agotarse; es más: recuerdo haberle puesto piedra nueva, y una nueva carga de disán, hace apenas unas horas.

Acciono, sin resultado, repetidas veces el mecanismo; compruebo que se produce la chispa; entonces, con un cuentagotas, vuelvo a llenar el tanque de disán.

Tampoco enciende, ahora.

En varios años nunca había fallado así. Me propuse buscar el desperfecto.

Con una moneda le quito nuevamente el tornillo que cierra el tanque; esto no parece contribuir a desarmarlo. Con la misma moneda, quito luego el tornillo correspondiente al conducto de la piedra; sale también un resorte, que está enganchado a la punta del tornillo. En el otro extremo, el resorte lleva una pieza de metal, parecida a la piedra (que también sale, junto con algunos filamentos, blancos y del largo del resorte, en los que nunca me había fijado). El encendedor sigue siendo una pieza entera; en nada he adelantado quitando estos tornillos.

Lo examiné con más cuidado, y vi un tercer tornillo: es el que oficia de eje para la palanca que hace girar la rueda y provoca la chispa. Lo quito, pero ya no pude usar la moneda; debí servirme de un pequeño destornillador.

Tengo una colección de destornilladores, en total son muchos, van de menor a mayor, de uno a otro conservan las proporciones. Utilicé el más pequeño, aunque pude haber obtenido igual resultado con el N° 2, o el N° 3.

Salen algunos elementos: la palanca, el tornillo mismo (que, del otro lado, tiene una tuerca, aunque el aspecto exterior de esta tuerca es igual al de un tornillo; la parte no visible es hueca), dos o tres resortes y la ruedita con muescas; ésta rueda alegremente sobre la mesa, cae al suelo, y ya no la encuentro.

El encendedor, sin embargo, me sigue pareciendo un todo; hay algo ofensivo en esa solidez, un desafío. Y permanece oculta la falla. Introduzco entonces el destornillador en distintos orificios; en primer término atraviesa el conducto de la piedra, y asoma la punta por la parte de arriba; en el receptáculo del combustible encuentro algodón, y no sigo explorando; luego investigo los orificios de la parte superior. Hay dos: uno de ellos es el extremo de otro conducto, cuya función desconozco; es un tubo acodado, el destornillador no puede seguir más allá. El otro es más ancho, recto; al final del mismo —a una distancia que, calculo, corresponde aproximadamente a la mitad del encendedor— la herramienta, girando, de pronto se detiene, atrapada por la cabeza de un tornillo, que resuelvo quitar; es corto y ancho; entonces, tiro con los dedos de una pequeña saliente, mientras con la mano izquierda sujeto la parte exterior del cuerpo del encendedor, y veo, complacido, que algo se desliza.

Queda en mi mano izquierda la delgada capa metálica; con un leve chasquido, en el momento en que termina de salir la parte interior, un pequeño conjunto metálico se expande (me sorprendo, porque el tamaño es aproximadamente cuatro veces mayor) y queda en mi mano derecha una réplica, tamaño gigante, que apenas conserva las proporciones, y algo del aspecto del encendedor, pero hay muchos huecos y vericuetos; imagino un mecanismo de resortes que, para volver a guardar este conjunto en su capa, debo comprimir (no imagino cómo, aunque intuyo que debe ser difícil); sólo un mecanismo de resortes puede explicar este sorprendente crecimiento.

Introduciendo el destornillador en varios orificios descubrí que hay tornillos insospechados; pero el número uno es ya demasiado pequeño para ellos, no hace una fuerza pareja y temo que se estropeen. Elijo otro; el ideal es el N° 4, aunque bien podría usar el N° 3 o el N° 5, quizás el N° 6, y aun el N° 7.

Quito algunos tornillos. Caen resortes, de un conducto salen una pieza metálica entera, aceitada (parece un émbolo), y un par de ruedas dentadas.

Descubro que el conjunto consta también de dos partes, una externa y otra interna; cuando no encuentro más tornillos, procedo a separarlas por el mismo procedimiento anterior. El fenómeno se repite con puntualidad, y obtengo una estructura aproximadamente cuatro veces más grande que la anterior (y dieciséis veces más grande que el encendedor), pero el peso es siempre más o menos el mismo; incluso diría que esta estructura es más liviana que el encendedor entero, lo cual, si a primera vista puede parecer extraño —especialmente cuando se sostiene en la palma de la mano—, es lógico; por ley, el contenido tiene que pesar menos que el encendedor completo, a pesar de que su tamaño, mediante el ingenioso mecanismo de resortes, pueda aumentar y, por ello, parecer más pesado.

Me decido a quitar el algodón; parece estar muy comprimido (lo que explica que el disán se conserve tantos días en el interior del tanque —muchos más que en otros encendedores). El tanque ha crecido proporcionalmente, y ahora el algodón está más flojo; el contenido, compruebo, equivale a muchos paquetes grandes; no me ha costado trabajo quitarlo, porque mi mano entra entera en el tanque.

A esta altura, pienso que me va a ser muy difícil volver a armar el encendedor; quizás ya no pueda volver a usarlo. Pero no me importa; la curiosidad por el mecanismo me impulsa a seguir trabajando; ya no me interesa averiguar la causa de la falla (y creo que ya no estoy en condiciones de darme cuenta de dónde está esa falla), sino llegar a tener una idea de la estructura de ciertos encendedores.

No uso, ahora, destornillador, para investigar los conductos; mi mano cabe cómodamente en la mayoría de ellos. Es curioso el intrincamiento de algunos, semejante a un laberinto; mi mano encuentra a veces varios huecos en un mismo conducto, explora uno —que no es más que el principio, o el final, de otro conducto, y que a su vez tiene varios huecos que corresponden a otros tantos conductos. Hay menos tornillos, y también, en apariencia, actúa una menor cantidad de resortes.

Siguiendo con la mano, y parte del brazo, uno de los conductos y algunos de sus derivados, llego a un lugar que parece estar próximo al centro de la estructura; allí mis dedos palpan unas bolitas metálicas. Tienen la particularidad de estar sueltas a medias, como la punta de un bolígrafo; puedo hacerlas girar empujándolas con el dedo.

Presiono con más fuerza sobre una de ellas, y se desprende de la lámina metálica que la sujeta; comienza a rodar por los conductos y cae fuera de la estructura. Observo que su tamaño es como el de una bolita de las que los niños usan para jugar. Caen muchas. Diez o doce, o más. Tomo una de ellas y me sorprende el peso; parece que fuera una pieza entera. Pero de ser así, no me explico cómo pudo caber dentro del primitivo tamaño de encendedor. Pienso que, probablemente, también se hayan expandido mediante un sistema de resortes; me sigue llamando la atención el peso.

De pronto me sentí atacado por el sueño. Miré el reloj y vi que eran las dos de la madrugada. Es fascinante cómo uno se olvida del paso del tiempo cuando está entretenido en algo que le interesa. Pensé que debía irme a la cama, pero no puedo abandonar el trabajo. Quiero llegar, me propongo, a descubrir la última estructura, o a que el encendedor se desarme en su totalidad, se descomponga en cada uno de sus elementos.

Ahora, después de un par de operaciones, mediante las cuales vuelvo a separar la estructura en dos (una capa, o cáscara y una estructura cuadruplicada), el encendedor ocupa más de la mitad de la pieza; esta última estructura ya no se parece en nada al encendedor, sus formas son menos rígidas, hay curvas; si tuviera espacio suficiente para mirarla desde cierta distancia, quizás pudiera afirmar que es casi esférica.

Solamente a través del encendedor puedo pasar de un extremo a otro de la habitación; lo hago con cierta comodidad, aunque debo arrastrarme. Se me ocurre que si lo separara nuevamente en dos partes, obtendría una estructura por la cual podría andar sobre mis piernas. Pero temo, es casi una certeza, que ya no quepa en la habitación.

Hasta ahora he utilizado solamente uno de los conductos, que la atraviesa de lado a lado en forma rectilínea; pero hay otros, y siento tentación de meterme por ellos. Me atemorizan los laberintos; tomo un cono de hilo, ato el extremo a la manija de un cajón de la cómoda, y me introduzco en un conducto, que pronto tuerce la dirección y me lleva a otros.

Son blandos, sin dejar de ser metálicos; más que blandos, diría «muelles»; todavía se presiente la acción de resortes. Me maldigo: no se me ocurrió traer una linterna o, al menos, una caja de fósforos. La oscuridad se hizo total. Llevé, trabajosamente, la mano al bolsillo del pantalón, y solté la carcajada. Un movimiento reflejo, buscaba el encendedor en el bolsillo sin recordar que me encuentro dentro de él.

«Debo regresar a buscar la linterna», pensé, y ya me disponía a remontar el hilo, para volver, cuando veo una débil luz ante mis ojos. «Una salida, o quizás el mismo orificio por el que entré» —pienso y sigo arrastrándome hacia adelante, hacia la luz; ésta se vuelve cada vez más fuerte.

Puedo apreciar entonces cómo es el lugar en que me encuentro; no es exactamente un túnel, en el sentido de conducto tubular cerrado; está compuesto por infinidad de pequeños elementos, aunque hay grandes columnas metálicas, algunas más anchas que mi cuerpo, que lo atraviesan; pero no puedo ver dónde comienzan ni dónde terminan.

Sigo avanzando y no logro llegar al exterior; la luz se va haciendo más intensa —quiero decir que ahora es un poco más fuerte que la de una vela—; no logro aún localizar su fuente.

Descubro que puedo incorporarme, y camino —aunque ligeramente encorvado.

Escucho gemidos.

«Es la calle de los mendigos» —pienso—, y doy vuelta la esquina y veo la fuente de luz —un farol—, y por encima las estrellas.

En efecto, hay mendigos suplicantes y con ulceraciones en brazos y piernas, la calle es empedrada, y empinada; los comercios están cerrados, las cortinas metálicas bajas.

«Debo buscar un bar que esté abierto» —pienso—. «Necesito cigarrillos, y fósforos».

*Cuento de Mario Levrero


mario levrero y guillermo casanova

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miércoles, diciembre 15, 2004

DESATANUDOS 

GABRIEL DICE, se manda la siguiente reflexión que me gustaría que quedara registrada y no que se borrara con el correr del tiempo como todos los comments:

"Con algunos meses ya de "oficio" empiezo a pensar hoy en las bitácoras como un medio que muchos usamos para contar cosas a amigos invisibles. Les decimos lo que nos pasa por la cabeza y queda escrito en los post como botellas en el mar, a la espera de otros naúfragos. Muchos escriben además cuentos. Quizás se trate de seres con un mundo interior grande, que su circunstancial mundo exterior no contiene.
Intuyo que existe este patrón común en muchos de los que leo.
A veces sólo escriben la foto del día en dos renglones, que vendría a ser su comentario de lo que le pasó, pero nos están faltando justamente los hechos. Entonces los comentarios de las visitas agarran para el lado que les parece, cerca o lejos de lo que quiso decir, pero es parte del juego. Creo que los que más me gustán son los que cuentan algo. En lo que escriben está implícita su mirada.
Nos cuentan una anécdota, un nudo personal, algo que vieron mientras estaban en un bar o en una plaza.
Cuando es interesante, como en este caso, hace eco en las cabezas de otros y el impulso que lo motivó, esa porción de energía confluye y continúa en otras personas.
Es decir que un nudo desatado aquí puede aflojar alguna cuerda en otro lado.
Como decía el comentarista deportivo: no sé si estarán todos de acuerdo con lo que acabo de decir."

Creo que no solo tiene razón sino que además es mucho más efectivo esto de la "terapia de la escritura" que muchas otras cosas que andan por la vuelta. Me vino a la mente una estampita que tenía una compañera de clase de la Virgen Desatanudos, que nunca le sirvió para nada: mal en el amor, mal en el trabajo, mal en la familia. Pero esta chica confiaba en la Virgen. Y a mí me gustan mucho las imágenes religiosas. Pero en particular esta, ya su nombre, por facilista, me parecía repugnante. Prefiero la de Covadonga, o la de Lourdes, o la de Guadalupe, cuyas leyendas y figuras son más dignas.
Creo que si esta chica hubiera conocido otro método para no perder su fe, como escribir, se habría salvado. Sí, definitivamente.

"Las madres siempre están desatando nudos en el hogar. María Santísima, la mejor de las madres, conoce muy bien los nudos que nos atan a pecados y a problemas que parecen no tener solución. Como la vemos en la pintura, ella desata nuestros nudos. Confiémoslo todo en sus manos"


virgen desatanudos

REINA DE MEXICO Y EMPERATRIZ DE AMERICA
(esta es mi favorita, por el nombre, la oración, la leyenda, todo...)


virgen guadalupe

Oración de Guadalupe:
LA MAGNIFICA
Glorifica mi alma al Señor
Y mi espíritu se llena de gozo
al contemplar la bondad de Dios
mi salvador.
Porque ha puesto la mirada en
la humilde sierva suya, y ved
aquí el motivo por el que me tendrán
por dichosa todas las generaciones.

Pues hizo en mi favor cosas
grandes y maravillosas el que es
Todopoderoso y su nombre es
infinitamente santo.

Cuya misericordia se extiende
de generación en generación a
todos cuantos le temen.

Extendió el brazo de su poder,
disipó el orgullo de los soberbios,
transtornando sus designios.

Desposeyó a los poderosos y
elevó a los humildes.

A los necesitados llenó de
bienes y a los ricos los dejó
sin cosa alguna.

Exaltó a Israel su siervo
acordándose de él por su gran
misericordia y bondad.

Así como lo había prometido
a nuestros padres, a Abraham y a
toda su descendencia por los siglos
de los siglos. Así sea.


Cuando volví de mi viaje a México fui a visitar a una amiga de toda la vida, a la que quiero mucho. Le traje algunos regalos, unas artesanías en cerámica, libros, y también una hermosa estampita de la Virgen de Guadalupe. Cuando leyó lo que decía atrás "Desposeyó a los poderosos y elevó a los humildes. A los necesitados llenó de bienes y a los ricos los dejó sin cosa alguna" le entró la duda, ya que sus clientes tenían que ser los ricos. Así que me la devolvió con un poco de horror, así nomás. Fue como si mi amiga se hubiera convertido de pronto en Susanita. Y bueno, cada uno con sus fetiches.
Igual a los tres años de este episodio (crisis mediante) terminó votando a Mujica, que es una versión de la Guadalupe en política. Yo quedé bastante asombrada del cambio de mi amiga.


La leyenda de Guadalupe también es muy linda.

" Leyenda de la Virgen de Guadalupe
(México)


La leyenda de la Virgen de Guadalupe tuvo su nacimiento el 9 de diciembre de 1531 en las afueras de la ciudad de México. Había un chico que se llamaba Juan Diego y a él apareció la Virgen el 9 de diciembre. La Virgen le pidió a Juan Diego que construyera un templo en su honor. La Virgen quería que el templo llevara el papel de un sitio que protegería los hombres que entraran y demostraría el amor y compasión que ella tenía para todos. Antes de empezar la construcción del templo, la Virgen de Guadalupe pidió a Juan Diego que llevara su mensaje al obispo Juan de Zumárraga.

Pues lo cumplió pero el obispo no lo creyó.

Con la respuesta del obispo, Juan Diego volvió a las afueras de Tepeyac dónde la había conocido y le dijo que sucedió.

La Virgen de Guadalupe no se quedaba satisfecha con la respuesta del obispo y le pidió a Juan Diego que intentara a convencer el obispo de nuevo el día siguiente. La segunda vez el obispo no rechazó el mensaje de la Virgen pero para creerlo exigió que Juan Diego demostrara un señal para comprobar lo que decía. Volvió a encontrar la Virgen de Guadalupe por la tercera vez y le dijo que había hablado con el obispo pero quería una señal.

La Virgen de Guadalupe le pidió que volviera a ver el obispo para que supiera que le mandaría una señal. El próximo día Juan Diego estaba a punto de irse cuando su tío Juan Bernardino se enfermó por la culpa de la peste. A causa de su tío, Juan Diego no se presentó a la Virgen de Guadalupe. Por la noche se fue para coger un sacerdote porque su tío había empeorado con respecto a su estado de salud. Después de coger el sacerdote, volvió a Tepeyac muy preocupado porque no cumplió la promesa que había hecho a la Virgen, 'vuelve a ver el obispo para decirle que un señal viene.' Juan Diego llevaba mucha vergüenza dentro de su alma y por eso cambió su ruta para evitarla. Aunque escogió otra ruta, la Virgen lo encontró.

Al contrario de ser decepcionada por las acciones de Juan Diego, lo prometió que su tío se recuperara. Además de este mensaje le pidió que buscara rosas y que las llevara al obispo como una señal. Mientras que Juan Diego regresaba a la ciudad de México dónde se quedaba el obispo, la Virgen de Guadalupe apareció al tío y lo curó.

Al tío la Virgen le pidió que se presentara al obispo para que viera su recuperación tan rápida y le dijera que ella lo había curado. Juan Diego llegó en la Ciudad de México y explicó como la Virgen lo había curado y que era un milagro. A fin de su exposición, abrió su ayate, dónde lo había colocado, las rosas cayeron encima de una manta que estaba suelto.

Las rosas caídas formaron la imagen de la Virgen de Guadalupe.

Juan Diego había cumplido su promesa y la Virgen y su mensaje fueron aceptados por el obispo."



virgen de luján
Esta de Luján me recuerda a cuando era chica y vivía en Bs. As, mi padre nos llevaba el domingo (su único día libre) a pasear por distintos lugares. Uno de aquellos paseos fue ir a conocer a la Virgen de Luján. Quedaba bastante lejos, recuerdo, pero valía la pena. Mi padre en su Peugeot blanco escuchaba música clásica y nos sacaba a mi madre, a mi hermana y a mí a lugares siempre nuevos. Era su terapia. Y mientras manejaba hacía como que dirigía la orquesta de lo que estuviéramos escuchando. En una de aquellas excursiones domingueras a Luján yo comí churros y me cayeron mal.


virgen de covadonga

A esta le tengo cariño porque mi madre me regaló un llavero de cuando fueron a España con mi padre. Y ese llavero lo uso todos los días. Ella tiene una versión tallada en madera, muy bonita, en su mesa de luz.

Aclaro, por las dudas, que ninguno en la familia fue bautizado. Pero tenemos eso, nos atrae el arte.

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domingo, diciembre 12, 2004

CUANDO EL NIÑO ERA NIÑO 



Me suena que la frase del título viene de "Alas del deseo" de Win Wenders. "Cuando el niño era niño"...Si no es así, corríjanme. Hace poco tuve una especie de iluminación. Le llamo así a un insight que viene desde muy profundo y que dice algo que ya sé, que ya todos sabemos, pero que, de pronto y sin saber cómo, se me había olvidado. Cuando yo era niña no tenía que pensar, quería hacer algo y lo hacía. Estaba en estado de gracia, vivía sin cabeza. Pensaba sí, pero lo mínimo imprescindible para que las cosas fueran como eran. Luego vino esto. Dar vueltas y vueltas alrededor de un mismo tema, pensar, cavilar, una actividad que en principio no me ha ofrecido ninguna recompensa. La iluminación consistió en volver a recordar cómo actuaba yo antes, de pequeña. Más allá de esos conceptos que se manejan en psicología acerca del niño interior, esto era una demanda auténtica "Cuando yo era niña no pensaba tanto, y las cosas igual funcionaban" Fue como mandar poner un stop a la cabeza. Me vino el pensamiento mientras andaba en bici. Así que confío en ese momento de conciencia, en ese insight, despertar, iluminación, como se llame.
Hoy domingo hice una rutina parecida a la que Benito describe en su interesante columna. Solo que a diferencia de él, yo llevo a mi perro a pasear como único paseo, no para demostrarle a la humanidad que puedo hacer algo más que salir por las noches y beber, ya que ni salgo ni bebo. Saco a mi perro los domingos. Es una rutina. El es ahora como mi hijo, así que me lo tomo en serio. Lo llevo a una placita que hay por acá cerca. Considero a mi perro un maestro zen. Es lo mejor que me pasó este año, haberlo adquirido por una módica suma en la feria de Tristán Narvaja. Me llevo mate, termo, libros y voy con él al parquecito, donde hay una cancha de fútbol que hoy estaba vacía, pegada a la facultad de veterinaria. Hay un lugar con mesita de portland y sillas, como para hacer un pic-nic, también hay juegos para niños. Ultimamente prefiero la parte de la canchita porque se que ahí Lobito puede correr y lo más probable es que se encuentre con algún otro can, se hagan amigos y jueguen. Con esa idea lo saco, para que se ventile, corra. Casualmente por la canchita pasó un padre que intentaba enseñar a su pequeño hijito a correr. Le estaba saliendo bastante bien, hasta que se tropezó. El niño lloró un poco hasta que se volvió a parar y volvió a correr. Me pareció que el momento era brillante, la alegría que tenían los dos era grande. Después el padre, que estaba vestido con un short negro y nada más arriba, probó fuerza de brazos colgándose del arco vacío, hizo unas dos o tres subidas. Después agarró al hijo y lo colgó de los brazos a la parte alta del arco, él lo había hecho. El niño no tuvo el reflejo de subir sus brazos. Entonces lo bajó. Y el niño siguió corriendo por la cancha con su padre. Los vi felices, plenos de una felicidad simple. Yo observaba todo sentada en el piso, apoyada contra un largo tronco. El piso estaba lleno de hojas de eucaliptus y tierra roja. Había un rico airecito. Lobito también corría. Me acordé de la primera vez que lo llevé a una plaza, bien chiquito. No podía ni caminar, tenía que llevarlo aúpa. Ahora está grande, fuerte, sano. Me siento muy contenta de tenerlo. Ahí estaba, mirando cómo el Lobo exploraba el territorio con otro perrito, cuando de pronto recordé una escena de mi infancia.


La época en que yo quería tener un CLUB. Fue el verano en el que tenía ocho años recién cumplidos. Fui conciente de que necesitaba relacionarme. Estaba en la casa de Piriápolis. Se me ocurrió que tenía que hacer alguna propuesta, porque sinó me quedaría sin amigos todo el verano (en aquella época mi familia y yo vivíamos en Buenos Aires y veraneábamos en Piriápolis en las vacaciones) Así que hice unas "invitaciones" en las que decía que yo hacía todo tipo de cosas en mi casa, clases de ginmasia, teatro, paseos, artesanías y yo que sé cuanto. Así fue como distribuí esas invitaciones infames por el barrio. Y esperé, esperé. A los días aparecieron por el fondo de la casa dos hermanos, chica y chico. Ellos vivían al otro lado de la zanja, en una casa. Pero yo no los conocía. Ese verano, y gracias a mis invitaciones, nos hicimos amigos. Les expliqué realmente cuál era mi idea: jugar. Ellos también estaban aburridos y querían jugar. Así que pasaron para mi terreno y ahí empezó la diversión. Aprendí con ellos a jugar a la lotería de animales. Yo, por mi parte, inventaba obras de teatro en las que cada uno tenía un rol: en una había un novio y una novia. Yo era la novia, y Claudio, el chico del otro lado de la zanja, ese era el novio (que viva que era!) Armaba escenografías con mosquiteros, hacíamos casitas, jugábamos a las escondidas. Ibamos a un arrollito y flotábamos en unas cubiertas infladas. Me divertí con ellos. En cuanto al club, lo seguí intentando cada año cuando llegaba el verano. Llegué a sacar una revista, había diseñado los carnets para los socios. El pequeño depósito de afuera fue el lugar que elegí para la sede del club. Era un sótano lleno de arañas, un olor a humedad que mataba. La puerta era de hierro y se cerraba con un candado. Acondicioné el local lo mejor que pude: lo barrí, tiré algunas coss, lo decoré. Soñé con que algún día se llenaría. La verdad es que solo yo me animaba a entrar ahí. Lo pinté por afuera "Club Social y Deportivo Soledad" Sí, aunque parezca extraño, así se llamaba el club, en homenaje a mi abuela Soledad, aunque ahora que lo pienso no era muy auspicioso para atraer gente. Mientras esperaba que llegaran los socios, me pasaba las horas cazando ranas, andando por los bosques, leyendo Robinson Crusoe, leyendo Periquita o La pequeña Lulu, haciendo artesanías con caracoles. Pero los socios no llegaban. O al menos desistí de la idea. Aunque yo era tímida siempre trataba de amigarme de los nuevos que encontrara, y lo hacía. Promovía ideas raras. Me seguían. Y así era la cosa. Me acuerdo que había visto una película de los Parchís en donde ellos hacían no se qué travesuras. Yo salí del cine decidida a armar lío en el vecindario. Hice un poco de vandalismo con un grupete: llevamos unas herramientas y destrozamos algunos jardines, invadimos algunas casas en las que no había nadie, no para robar, sino para experimentar la sensación de peligro. Dejamos una rana con una cartita en la puerta de una casa envuelta en una canasta. No sé qué se me pasaba por la cabeza en ese entonces. Lo más probable es que estuviera muy aburrida. Se que nos divertimos mucho. Ahora que lo pienso creo que exageré, los Parchís no hacían ese tipo de cosas. Se me fue la mano. Pero duró solo unos días. Lo que sí me acuerdo es que nos divertimos mucho. Un día se me ocurrió que yo, mi hermana y una amiga teníamos que disfrazarnos de prostitutas y salir por el barrio. Lo hicimos. Tengo fotos espantosas, era toda la moda de los setenta. También patinábamos, ibamos a la playa, andábamos a caballo. Qué épocas. Y así era la forma en que las cosas sucedían. No pensaba mucho. Solo trataba de llevar adelante mis fantasías. Y así actuaba. En esos términos vivía. Como una salvaje. Al lado mío tengo a Lobito que me aúlla y quiere que juguemos con la pelota. Creo que voy a hacerle caso. Sinó me llora. Lobito me recuerda "Cuando el niño era niño..."


lobito

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sábado, diciembre 11, 2004

SHE´S GOT THE LOOK 

Acá van algunas fotos de mi modelo en el desfile "Tributo" de Peter Hamers. La consigna para todas era hacer chaqueta y pantalón con una tela-papel (de esa que usan los dentistas para ponerte de babero, o la que te ponen las enfermeras cuando te van a operar) Me inspiré en Minnie y su mundo naif, y también en algunas rockeras de la vuelta. Ya se que esto no es un fotoblog, pero bueno. La modelo se llama María y re-encaró. Al final, como no había maquilladores para las de primer año, tuve que maquillarla yo misma. Volví a los 80´s. Hacía años que no maquillaba!



















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