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domingo, julio 14, 2013

Frases de Fernando Vallejo sobre maternidad y los animales 


“La maternidad es egoísmo disfrazado de altruismo, lujuria enmascarada de virtud. No somos hijos del amor. Somos hijos de sucia lujuria fisiológica."



“La reproducción es fea, engorrosa, embarazosa, y le toma a la mujer nueve meses que bien podría aprovechar en componer una ópera –escribe–. No. Se va inflando, inflando, inflando, como un globo lleno de humo, pero que no es capaz de alzar el vuelo. Y ahí van estos adefesios grávidos retenidos por la gravedad, desplazándose sobre la faz de la Tierra como barriletes con dos patas. Embarriladas de satisfacción y poniendo cara de Giocondas. ¡Ay, que dizque si no tienen un hijo no se realizan como mujeres! Que es una cuestión fisiológica. ¡Y qué tal si para realizarme fisiológicamente yo me diera por salir a la calle a violar fisiológicamente lo que se me antoje! Una mujer embarazada no sólo es un atropello a la ética, es un atentado a la estética."



"La maternidad degrada a la mujer, la vuelve una vaca. Con perdón de mis hermanas las vacas.”




"Nadie tiene el derecho a reproducirse, imponer la vida es el crimen máximo. El hombre es la única especie que puede distinguir entre el sexo y la reproducción. Estamos programados para el sexo, está metido en las conexiones nerviosas con las que nacemos y que están especificadas en el genoma humano, como en el de cualquier especie que se reproduzca por el sexo. Sólo nosotros podemos darnos cuenta de esta separación. ¡Entonces, hagámosla! El sexo no tiene importancia, la reproducción sí. El sexo es inocente, la reproducción es criminal."



"Dios no hizo nada: nosotros lo hicimos a Él, lo inventamos por cobardes, por temor al rayo. Está en la esencia de la materia existir, y en prueba el que nada en última instancia se destruye. Unos átomos se transforman en otros átomos sumándose o quitándose los electrones. No nos hagamos ilusiones con el cielo que el cielo no da asidero a la esperanza. El cielo es un señuelo para los tontos, y una justificación descarada para el crimen de traer hijos a este mundo. Nadie va para el cielo. Todos vamos hacia la muerte y sus gusanos. "



"Yo no tengo ningún trauma. Mi concepción de la sexualidad es muy clara: ningún acto sexual, mientras no medie la violencia ni la imposición y mientras no esté destinado a la reproducción, es inocente. La sexualidad no tiene ninguna importancia. Aunque si está destinada a la reproducción, es un crimen."



"Uno, no te reproduzcas que no tienes derecho, nadie te lo dio; no le hagas a otro el mal que te hicieron a ti sacándote de la paz de la nada, a la que tarde que temprano tendrás que volver, comido por los gusanos o las llamas.

Dos, respeta a los animales que tengan un sistema nervioso complejo, como las vacas y los cerdos, por el cual sienten el hambre, el dolor, la sed, el miedo, el terror cuando los acuchillan en los mataderos, como lo sentirías tú, y que por lo tanto son tu prójimo. Quítate la venda moral que te pusieron en los ojos desde niño y que hoy te impide percibir su tragedia y su dolor. Si Cristo no los vio, si no tuvo ni una palabra de amor por ellos, ni una sola (y búscala en los evangelios a ver si está), despreocúpate de Cristo, que ni siquiera existió. Es un burdo mito. Nadie puede probar su existencia histórica, real. Tal vez aquí el cardenal Sandoval Íñiguez..."



"Y en este punto hago una pausita para dirigirme a los protectores de los animales, que redimen en parte el horror del género humano, y a quienes desde aquí les mando mi saludo y decidida bendición. Especie que se extingue, amigos, especie que deja de sufrir. Que se extingan los cóndores, que se extingan las ballenas, que se extingan las focas, que no haya más osos polares, que no sufran más. Que sólo quede en este planeta el Homo sapiens, este simio bípedo y depredador, para que acabe de arruinar la Tierra, y que al final se coman los unos a los otros en un banquete antropofágico. Y que empiecen por el Papa, por este azuzador de la proliferación de la peste humana. Ah, no, mejor no. Este Papa debe de saber horrible. Carne vieja, carne dura, carne tiesa. ¡Uf! ¡Qué asco, qué porquería! Comámonos mejor a los ecologistas de Greenpeace que se ven más apetitosos y que son otros mentirosos: lo que quieren es preservar esto para su bípeda especie y que los elijan al parlamento de no sé qué."



"Los medios de comunicación se sorprenden porque me gustan los muchachos, porque digo que la pederastia es de las pocas prácticas que liberan a la Iglesia, que redimen al prójimo, al cura y al niño. Mucha gente es absolutamente homosexual. Mucha gente es absolutamente heterosexual. Micha gente es bisexual, está entre los dos extremos. Y mucha gente es hipócrita. Para mí sería mas angustiosa la vida si yo se la hubiera impuesto a alguien. De eso me salvé al haberme acostado con muchachos en vez de con mujeres. Tuve la suerte de caer en otro camino y no en la trampa de la sociedad colombiana: casarme, tener hijos y hacerles ese mal inmenso."



"El Homo sapiens en esencia es una bestia de lujuria y simulación, un pecador nato que copula y miente..."







«Bruja: si existiera el cielo allí estarías, y te juro que para volverte a tener no volvería a pecar, así tuviera que renunciar a los infiernos donde me pensaba encontrar con: Sartre, Renan, el marqués de Sade, Diógenes Arrieta, Vargas Vila y Voltaire. Desde hace años voy por la calle hablando solo, sin ti, calculando que si subo a la azotea de mi edificio y salto los siete pisos sin ni un paraguas como nací, conmigo no va a poder la gravedad. ¿Tú qué crees, niñita? ¿Sí podrá? Mientras tanto, mientras subo y hago el experimento, por más oscuro que esté esto aquí abajo sin ti, tú eres la que más brilla allá arriba, Brujita, tú eres la estrella de la noche. Para volverte a ver no tengo sino que cerrar los ojos».

(Bruja fue una perra gran danesa que vivió con él trece años)



A las madrecitas de Colombia* - Por Fernando Vallejo


Entre hombres, mujeres y del tercer sexo, mi mamá tuvo veinticinco hijos. Hijos y más hijos y más hijos que ella fabri­caba en su interior y que después expulsaba por la vagina con la placidez de quien desgrana avemarías de un rosario. Era una máquina vesánica de parir. Por eso hoy somos en Colombia cuarenta y cuatro millones. Si yo hubiera seguido su ejemplo y el de mi papá, con los hijos de los hijos de mis hijos hoy se­ríamos cien millones y ya habríamos acabado con las últimas tortugas, con las últimas nutrias, con los últimos micos, con los últimos caimanes, y estaríamos en pleno desastre ecológi­co, que sumado al moral que siempre nos ha caracterizado nos habría hecho del país un infierno. Bueno, otro infierno quiero decir, pues en el infierno estamos. Uno más calientico.

Para acomodar cien millones de colombianos se necesitan cuando menos cien millones de kilómetros cuadrados y sólo tenemos un millón. Varios suizos pueden convivir en una
misma cuadra y miles de abejas en una simple colmena; pero los colombianos no, necesitan más espacio: de a kilómetro cuadrado por habitante. Entre colombiano y colombiano hay que dejar por lo bajito un kilómetro de separación o se matan. Son como las ratas de laboratorio que si se hacinan, primero copulan, después paren y finalmente se despedazan a dentelladas. Como yo también soy colombiano entiendo
muy bien esto. Yo necesito campo, campo, campo. Respirar.

Cuando este que habla nació, Medellín tenía ciento ochenta mil habitantes. ¿Hoy cuántos? ¿Dos millones? ¿Tres millones? Decida usted, pero por ahí va la cosa. Tres millo­nes de medellinenses embotellados desde que el mariquita manzanillo de Gaviria abrió las importaciones de carros sin haber construido una sola calle y nos embotelló el porvenir.

Y en Medellín hoy no sólo están congestionadas las calles, las carreteras, los hospitales: está congestionada la mismísima morgue, donde ya no caben los cadáveres. Treinta mesas apenas para un sangriento fin de semana en Medellín en su
única morgue no alcanzan y hay que apiñar los cadáveres como bultos de papas. ¿Pero sangriento fin de semana en Medellín no es pleonasmo? Ya ni sé, con el deterioro am­biental y moral se nos deterioró hasta la gramática. ¡Dizque Bogotá la Atenas sudamericana! ¡Dizque éste un país cuida­doso del idioma! ¡Dizque el país de Caro y Cuervo! ¡Ja, ja!
Permítanme que me ría.
Y como no caben los cadáveres en la sala de autopsias de la inefable morgue, entonces los cuelgan de ganchos como reses en un cuarto frigorífico. Todos hombres. Y en pelota.
Muy excitante la situación. Yo en tratándose de cadáveres nunca he tenido nada en contra. Lo que me saca de quicio es la paridera. Vivo que desocupa, ¡qué bueno! Uno menos pa comer, uno menos pa excretar, más puro el cielo, menos congestionamiento en las calles y mejoría en el aire que res­pira cada ciudadano irrepetible e irreemplazable, y lo digo pues si bien hoy en el mundo somos seis mil cuatrocientos
millones, no hay dos individuos iguales. Iguales sí para co­mer, fornicar y excretar, mas no para pensar. Y lo que cuenta es el pensamiento, ¿o no? Bueno, digo yo.
Pero volvamos a mi mamá y a sus veinticinco vástagos. ¿Qué comían, con qué los alimentaban? Carnívoros como nacimos, y de religión cristiana, comíamos salchichas: sal­chichas de cerdo o salchichas de res que la abeja reina com­praba por cargas en La Llanera, una fábrica de embutidos de unos lituanos, de esos que acogieron los salesianos y que ve­nían huyendo, católicos como eran (vale decir como noso­
tros), de la Lituania comunista de Stalin. De esos lituanos proviene el simio Mockus, el bobo que se hace el loco, hom­bre de culo de mandril que toda Colombia conoce pero de
buen corazón pues durante una de sus alcaldías bogotanas, en Engativá, por mano de su secretaria de salud, Beatriz Londoño (doña concha puta de su puta madre, mamona
empecinada de la teta pública de la que sigue agarrada), mató a cuatrocientos perros. Un estaliniano de pura cepa, un hombre malo, malo de verdad, habría matado mil.
¿Pero por qué les estoy hablando de perros y de compa­sión y misericordia por unos simples animales a ustedes que en su conjunto nacieron y se educaron como cristianos y
hoy no pasan de ser unos degradados morales? Dejemos esto de los animales, no prediquemos en el desierto y volvamos a nuestro tema, la paridera, o dicho en palabras corteses, «el problema de la expansión demográfica»: la hoguera que avi­
va el Papa. O sea éste, Wojtyla, que se niega a morir. Y yo digo: si quiere que haya más niños, que desocupe él porque ya no hay espacio para tanto viejo. Que tome pendiente aba­jo por el camino en bajada que en buena hora tomó la madre
Teresa. ¡Tan buena ella! ¡Tan su compinche! ¡Tan promotora del boom natal! Wojtyla, no te resistas que ya vas para el pu­dridero. Tus días están contados. Te va a enterrar Castro.
¡Ah mi Medellín de cuando yo nací, tan solito, tan airea­do! Sin tanta fábrica ni tanto carro ni tanta rabia. Rabia sí, pero poquita: se mataban dos o tres y pare de contar. Salía­mos en un Forcito modelo 46 que lo más que daba eran veinte kilómetros por hora. ¿Pero para qué más, si no había prisa de llegar? ¿Llegar a qué? ¿Al último tope de la carrera, que es la muerte? Mejor sigamos despacito. Curva aquí, cur­va allá, por una carreterita solitaria. Y a la vera del camino pastando las vacas, y buscándose su sustento diario las galli­nas. Hoy los pollos se crían en galpones, encerrados en minúsculas jaulas, sin ver la luz del sol: ahí pasan sus miserables existencias para que nos los comamos los cristianos con la bendición del Señor. Madrecitas de Colombia: ¿no les des­piertan compasión estos pobres animalitos? A mí se me hace
que no porque ustedes no pasan de ser unas lujuriosas sexua­les, unas paridoras empecinadas. Bueno, pero puntualice­mos lo anterior. La lujuria está bien: el sexo es bueno, despe­ja la cabeza y alegra el corazón. Con lo que sea: con hombre
o mujer, perro o quimera. Pero eso sí, siempre y cuando no esté destinado a la reproducción, en cuyo caso ya sí es peca­do. Reproducirse es un crimen, en mi opinión el crimen máximo. Pero no les pido que la compartan, madrecitas de Colombia, porque eso sería pedirle peras al olmo, exigirle al enano cojo que trepe por la pendiente empinada. Y a uste­des, con la altura moral que han alcanzado pastoreadas por
la Iglesia y los políticos, educadas como fueron en la religión de los salesianos, les queda la subida muy fundillona, el fin está muy alto. Ustedes son unas minusválidas morales.
Entonces, hablando en plata blanca, ¿a qué voy? Voy a que el cura Uribe es un tartufo que invoca el nombre de Dios en público y se refocila con viejas tetonas en privado y
ustedes no tienen por qué seguir pariendo. Porque no hay espacio, porque ya no hay agua, porque no hay qué comer.
Porque los ríos los volvimos alcantarillas y el mar un resu­midero de cloacas. Por eso. Porque ya acabamos con el águila real, con el cóndor de los Andes y con el nido de la
perra. Porque somos un país de cagamierdas vándalos.
–¿Y cómo vamos a tener sexo sin parir, padre Vallejo?
Aconséjenos usted.
–Muy fácil: con la píldora Ru­486 francesa.
–¿Y dónde se consigue esa pildorita, en qué farmacia?
–Pues en las de Francia, señora, allá. ¿No le acabo de decir que la píldora es francesa?
–Ah, padrecito, usté sí es como mamagallista. ¿Y con qué viajo hasta Francia, si no tengo ni pa la lechita de los niños?
–Muy fácil, señora, va a ver. Lea lo que sigue abajo.
Cuando el zigoto u óvulo fecundado por el espermato­zoide empieza a formar la mórula, que a simple vista ni se ve pues no llega ni al tamaño de la punta de un alfiler, el flujo menstrual de la mujer se interrumpe y he ahí el momento de parar la cadena de la infamia y la fuente de todo el dolor del mundo. Usted va a la farmacia, señora, y pide así:
–Buenos días señor boticario. Me da por favorcito una cajita de Cytotec de doscientos microgramos.
El Cytotec es un remedio para la gastritis, pero entre sus efectos secundarios está el producirles a las mujeres embarazadas el aborto en las primeras semanas de gestación.
O mejor dicho, el «miniaborto», porque «aborto» no es, no llega a tanto. ¿O me van a decir que expulsar un gusanito o una tenia es un aborto? Si a eso vamos, entonces en cada eya­culación el hombre aborta ochocientos millones de seres hu­manos, pues ésos son los renacuajitos que se van en ese líqui­do pegajoso y blanco cada vez que explota el volcán: un hombrecito, dos hombrecitos, tres hombrecitos... Y que no me venga este Papa a discutir porque lo desafío a un duelo por televisión: yo solo contra él, y él con todos los teólogos de la Universidad Pontificia Javeriana. ¡Para todos tengo,
montoneros!
Se toma pues usted, señora, dos pastillas de Cytotec con agua, se inserta otras dos en la vagina y listo, santo re­medio, ya no va a parir la marrana. No le nacerá a Colom­bia otro Tirofijo, otro Pablo Escobar, otro Gaviria, otro Sam­per, otro Pastrana, otro mono Jojoy, otro Raúl Reyes, otro Mancuso, otro Uribe, otro Romaña...
–¿Y el padre García Herreros qué?
–¡Al diablo con los curas limosneros! Piden para dar, pero jamás dan de su bolsillo. ¡Así qué gracia! ¡Gracia la de ese escritor colombiano loco que dio en Venezuela un pre­mio de cien mil dólares para los perros callejeros de Caracas!
Cien mil dólares que eran suyos, ganados sudando tinta, y que bien pudo haberse gastado en complacencias persona­les cual delicatessen, putas o mancebitos en flor.
Y una última recomendación, señora: si la primera do­sis de dos pastillitas falla y no le produce esa pequeña hemo­rragia vaginal por la que se irá el demonio, repita la dosis
dos días después.
Madrecitas de Colombia, por favor, ya no lo sean que so­mos muchos y no cabemos y el mundo se va a desfondar. Pi­chen pero no paran, que desde aquí les mando mi bendición.



* Artículo publicado en el número de febrero de 2005 de la revista Soho.
De "Peroratas" - Fernando Vallejo




Aquí pueden leer una buena nota sobre el libro "Peroratas".


Aqui hay una nota interesante sobre Vallejo y los perros:

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