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lunes, abril 19, 2010

UNA ROSA AMARILLA PARA LOBO 

Escuchando Eels mientras Diego me ceba unos mates. Pienso cómo fue que ocurrió esto. Hoy me levanté y Lobito estaba muerto. Sí. Debajo del parrillero, en su cuchita, donde dormía. Lo llamé para que saliera, siempre era el primero en atropellar. "Lobo, Lobo!" y nada. No entendí. Fui hasta ahí y estaba muerto. Había moscas de esas verdes dando vueltas alrededor. Estaba duro. Se había ido.

Se supone que era Pitufo, mi otro perro, el que andaba jodido. Me levanté pensando lo peor "Ta, Pitufo la quedó". Tenía un edema producido por alguna pelea callejera y drenaba algo por dentro, algo subía y bajaba de su panza, y hacía ruido. Me daba miedo. Parecía que tenía algo en su interior, algo como un Alien. Así que me levanté pensando que Pitu había muerto. Pero no, no fue lo que pasó. Sin aviso, el Lobo, el perro que más tiempo hacía que tenía, el perro más amado, más consentido por mí, que sufrió todos los traslados y la adaptación cuando me separé de Nicolás, y que nunca se acostumbró a vivir acá que no era su casa, que pasó de dormir en mi cama con mi pareja a vivir acá afuera "como perro", bajo la lluvia, el Lobo, el que con sus ladridos molestaba a la vecina de enfrente, el que fue el guardián de mi alma todos estos años.

Se fue. Acabo de enterrarlo, de llorarlo. Lo traté de acunar en mis brazos un rato mientras lloraba y le decía todo lo que significó, significa y significará para mí. Hicimos un pozo con Diego. Ahora Lobo volvió a la tierra. Vivió sólo seis años. No entiendo qué fue lo que pasó, ni cuál es la lección que debo aprender con su muerte. Sigo llorando. Sólo sé que ahora me quedan tres perros, y que voy a seguir limpiando el fondo y sacándolos a pasear y alimentándolos. Pero no va a ser lo mismo. Falta el Lobo. Lobo, Lobo, Lobo, Lobo. Lloro desconsolada mientras escribo. Ya me había calmado un poco. Pero vuelvo a llorar.

Tengo las manos sequísimas de tanto cavar el pozo con mis propias manos. El esfuerzo físico de hacer el pozo profundo me ayudó a descargar la angustia. No le quiero avisarle a Nico, mi ex-pareja, que fue el padre real de este bichito, porque se va a deprimir mucho. Seguro se va a enterar leyendo este blog, si se entera. Su novia, Valentina, me contaba que él estaba muy mal los primeros meses de la separación, que quería llevarse a Lobo a vivir con él, pero ellos no tenía una casa como para tener perros, así que no se podía.

Diego también lloró, lloró antes que yo. No bien lo vio ahí, quietito, lo llamé "Diego, vení, el Lobo se murió!". Pensé que yo iba a ser más guapa, que estaba preparada, que iba a aguantar. Pero no. La muerte es indescriptible, en todo caso es una gran sorpresa y una gran limpieza. Te deja desnudo, te enfrenta al vacío del amor que ya no tiene cauce. Como cuando se termina una relación y el amor sigue existiendo pero esa persona amada ya no está para recibirlo y entonces se trasforma en dolor. Como dijo Idea Vilariño: "Ya no será/ya no/no viviremos juntos/no criaré a tu hijo (...) Ya no soy más que yo/ para siempre/ y tú /ya/no serás para mí/más que tú/ Ya no estás/ no sabré dónde vives/ con quién/ ni si te acuerdas./No me abrazarás nunca/ como esa noche/nunca./No volveré a tocarte./No te veré morir." Eso se lo podría decir ahora a Nicolás. Aunque en mi caso sí sé dónde vive y con quién está ahora, pero me duele saber que ya no somos nada. Idea Vilariño, esa mujer delicada que capta los matices de todas las ausencias del amor, también dijo en aquellos versos: "Si te murieras tú / y se murieran ellos / y me muriera yo / y el perro / qué limpieza". Ahora sí, mi pasado está totalmente muerto. Chau, Nicolás, chau, Lobo. Ya está. No existen más. Tengo que juntar los pedazos de mí y ver si por algún lado late el corazón. Por ahora un gran dolor en el pecho, una sensación de triste ausencia. Siento que con Lobo también murió mi infancia y adolescencia demasiado tardías, y que murió esa inocencia que yo tenía.

Recordé muchas situaciones que tuvieron que ver con muertes de perros o separaciones de ex- y rupturas terribles que significaron destrucciones de familias mías. Pensé en Horacio, que cuando lo abandoné por Nicolás me dijo "Ojalá te mueras!" y me recordó que él y Nicky (mi anterior perro con él) éramos una familia y me acusó de que yo la había destruído. Era cierto, éramos una familia. Pero yo sola no la destruí. Él también hizo bastante con su apatía. Después, cuando Nicolás me abandonó, se fue de casa a vivir con la que hoy es su novia, sentí que sólo vivía por y para Lobo. Sólo se justificaba mi existencia por él. Pensé en que tenía que tener hijos de Lobo, ñietos de Lobito algún día. Pero no lo hice, no lo crucé con ninguna perra, aunque podía haberlo hecho cuando traje a Perlita a vivir acá.

El Lobo tuvo una vida rápida. Se fue sin molestar. Hoy es feriado. Y por suerte yo estuve ahí para abrazarlo y llorarlo, tocarlo, hablarle, despedirlo y enterrarlo. Pensé qué suerte que ya no trabajo en la librería, porque sinó estaría ahí ahora atendiendo a alguna señora rica y estúpida de Pocitos vendiéndole "El último encuentro" por décima vez en el día, estaría ahí sin poder acompañar a mi gran perro y amigo en este día tan especial para los dos.

Por suerte estuve con él todo este tiempo. Así que calculo la vida de Lobo: llegó a mí en mayo de 2004 y se fue en abril del 2010. Casi seis años. Recordé todo el tiempo a Mario Levrero, a su perro Pongo que tenía cuando vivía en Colonia, me acordé muchísimo de su hermoso libro "El discurso vacío". Sentí todo lo kafkiana y absurda que puede ser la vida, como lo refleja ese y tantos libros de Mario. También absurda la muerte de Lobo. Sentí claramente que se iba a morir Pitufo en todo caso, que ni caminaba ayer cuando íbamos hacia la veterinaria, estaba cansado, pobre, la lógica indicaba que Lobo no era el que se tenía que morir, pero se terminó muriendo Lobo, sin explicación.

Creo que Lobo se sentía un Rey sin reinado desde hacía tiempo, se sentía lejos de su comarca, sin corona. Un vulgar perro, al que se lo trata como perro. No me siento culpable, pero refuerzo la idea de que para traer a una criatura al mundo hay que saber muy bien lo que se está haciendo. Hasta cuando uno compra un perro en una feria de Tristán Narvaja o lo adopta de la calle, hay que saber muy bien lo que se está haciendo. Me hubiera gustado ahorrarle sufrimientos al bichito, que el otro de los cuatro, el perro Daniel, no se peleara tanto con él para ver quién era más fuerte, para ver quién era el alfa de la manada. Por suerte pienso también que Perlita sí jugaba y se entendía con él.

Y bueno. Ya está. Ya está. Todo vuelve a la calma. La muerte es así. Limpia, pulcra, deja todo en silencio. No voy a llamar a nadie. No quiero que nadie me consuele, desde ya sé quiénes de mis amigos se van a poner tristes, ya los conozco bien. En todo caso mándenme un mail.

Se acabó. Él yace ahora bajo un árbol acá en el terreno de la cooperativa. Antes de tirarle tierra encima, lo revisé todo, le saqué los abrojos que tenía de sus salida de la noche anterior, le cerré los ojos, le tapé la carita con hojas de álamo, lo olí muchas veces, su olor era único, cada ser tiene un olor único que también se va a otra dimensión. Lo acomodé bien en el pozo-útero-tumba.

Ahora quiero saber dónde está el pedazo de mi alma que se fue con él. Seguro que este episodio es grosso y es un mojón en mi vida, un antes y un después, que representa algo concreto, una lección que todavía no he podido descifrar. Me viene otro poema de Vilariño: "Si te murieras tú / y se murieran ellos / y me muriera yo / y el perro / qué limpieza." Qué hija de Puta Vilariño. Cómo sabía. Ella también se murió hace poco, pero ya sabía todo lo que hay que saber. Es eso. Qué limpieza. Con Lobo enterré un perro y otras cosas más, otros fantasmas de mi pasado que todavía me perseguían. Quise hacerle una promesa mientras lo enterraba al Lobo. Pero qué promesa le podía hacer, si después no la cumplo va a ser peor para los dos. Le puse una rosa amarilla que arranqué de un rosal de la cuadra, la puse arriba de su tumba. Una rosa amarilla que representa amistad. Una rosa amarilla para el Lobo. Gran amigo. Cuando esté mal voy a ir a ese rincón, voy a preparar un mate, y me voy a poner a hablar con él, que sí me entendía.

Que en paz descanses, amigo Lobo.




Este texto lo escribí hace tiempo. Lo dedico Lobo, estés donde estés.

"CUANDO EL NIÑO ERA MISMO"
Me suena que la frase del título viene de "Alas del deseo" de Win Wenders. "Cuando el niño era niño"...Si no es así, corríjanme. Hace poco tuve una especie de iluminación. Le llamo así a un insight que viene desde muy profundo y que dice algo que ya sé, que ya todos sabemos, pero que, de pronto y sin saber cómo, se me había olvidado. Cuando yo era niña no tenía que pensar, quería hacer algo y lo hacía. Estaba en estado de gracia, vivía sin cabeza. Pensaba sí, pero lo mínimo imprescindible para que las cosas fueran como eran. Luego vino esto. Dar vueltas y vueltas alrededor de un mismo tema, pensar, cavilar, una actividad que en principio no me ha ofrecido ninguna recompensa. La iluminación consistió en volver a recordar cómo actuaba yo antes, de pequeña. Más allá de esos conceptos que se manejan en psicología acerca del niño interior, esto era una demanda auténtica "Cuando yo era niña no pensaba tanto, y las cosas igual funcionaban" Fue como mandar poner un stop a la cabeza. Me vino el pensamiento mientras andaba en bici. Así que confío en ese momento de conciencia, en ese insight, despertar, iluminación, como se llame.
Hoy domingo hice una rutina parecida a la que Benito describe en su interesante columna. Solo que a diferencia de él, yo llevo a mi perro a pasear como único paseo, no para demostrarle a la humanidad que puedo hacer algo más que salir por las noches y beber, ya que ni salgo ni bebo. Saco a mi perro los domingos. Es una rutina. El es ahora como mi hijo, así que me lo tomo en serio. Lo llevo a una placita que hay por acá cerca. Considero a mi perro un maestro zen. Es lo mejor que me pasó este año, haberlo adquirido por una módica suma en la feria de Tristán Narvaja. Me llevo mate, termo, libros y voy con él al parquecito, donde hay una cancha de fútbol que hoy estaba vacía, pegada a la facultad de veterinaria. Hay un lugar con mesita de portland y sillas, como para hacer un pic-nic, también hay juegos para niños. Ultimamente prefiero la parte de la canchita porque se que ahí Lobito puede correr y lo más probable es que se encuentre con algún otro can, se hagan amigos y jueguen. Con esa idea lo saco, para que se ventile, corra. Casualmente por la canchita pasó un padre que intentaba enseñar a su pequeño hijito a correr. Le estaba saliendo bastante bien, hasta que se tropezó. El niño lloró un poco hasta que se volvió a parar y volvió a correr. Me pareció que el momento era brillante, la alegría que tenían los dos era grande. Después el padre, que estaba vestido con un short negro y nada más arriba, probó fuerza de brazos colgándose del arco vacío, hizo unas dos o tres subidas. Después agarró al hijo y lo colgó de los brazos a la parte alta del arco, él lo había hecho. El niño no tuvo el reflejo de subir sus brazos. Entonces lo bajó. Y el niño siguió corriendo por la cancha con su padre. Los vi felices, plenos de una felicidad simple. Yo observaba todo sentada en el piso, apoyada contra un largo tronco. El piso estaba lleno de hojas de eucaliptus y tierra roja. Había un rico airecito. Lobito también corría. Me acordé de la primera vez que lo llevé a una plaza, bien chiquito. No podía ni caminar, tenía que llevarlo aúpa. Ahora está grande, fuerte, sano. Me siento muy contenta de tenerlo. Ahí estaba, mirando cómo el Lobo exploraba el territorio con otro perrito, cuando de pronto recordé una escena de mi infancia.


La época en que yo quería tener un CLUB. Fue el verano en el que tenía ocho años recién cumplidos. Fui conciente de que necesitaba relacionarme. Estaba en la casa de Piriápolis. Se me ocurrió que tenía que hacer alguna propuesta, porque sinó me quedaría sin amigos todo el verano (en aquella época mi familia y yo vivíamos en Buenos Aires y veraneábamos en Piriápolis en las vacaciones) Así que hice unas "invitaciones" en las que decía que yo hacía todo tipo de cosas en mi casa, clases de ginmasia, teatro, paseos, artesanías y yo que sé cuanto. Así fue como distribuí esas invitaciones infames por el barrio. Y esperé, esperé. A los días aparecieron por el fondo de la casa dos hermanos, chica y chico. Ellos vivían al otro lado de la zanja, en una casa. Pero yo no los conocía. Ese verano, y gracias a mis invitaciones, nos hicimos amigos. Les expliqué realmente cuál era mi idea: jugar. Ellos también estaban aburridos y querían jugar. Así que pasaron para mi terreno y ahí empezó la diversión. Aprendí con ellos a jugar a la lotería de animales. Yo, por mi parte, inventaba obras de teatro en las que cada uno tenía un rol: en una había un novio y una novia. Yo era la novia, y Claudio, el chico del otro lado de la zanja, ese era el novio (que viva que era!) Armaba escenografías con mosquiteros, hacíamos casitas, jugábamos a las escondidas. Ibamos a un arrollito y flotábamos en unas cubiertas infladas. Me divertí con ellos. En cuanto al club, lo seguí intentando cada año cuando llegaba el verano. Llegué a sacar una revista, había diseñado los carnets para los socios. El pequeño depósito de afuera fue el lugar que elegí para la sede del club. Era un sótano lleno de arañas, un olor a humedad que mataba. La puerta era de hierro y se cerraba con un candado. Acondicioné el local lo mejor que pude: lo barrí, tiré algunas coss, lo decoré. Soñé con que algún día se llenaría. La verdad es que solo yo me animaba a entrar ahí. Lo pinté por afuera "Club Social y Deportivo Soledad" Sí, aunque parezca extraño, así se llamaba el club, en homenaje a mi abuela Soledad, aunque ahora que lo pienso no era muy auspicioso para atraer gente. Mientras esperaba que llegaran los socios, me pasaba las horas cazando ranas, andando por los bosques, leyendo Robinson Crusoe, leyendo Periquita o La pequeña Lulu, haciendo artesanías con caracoles. Pero los socios no llegaban. O al menos desistí de la idea. Aunque yo era tímida siempre trataba de amigarme de los nuevos que encontrara, y lo hacía. Promovía ideas raras. Me seguían. Y así era la cosa. Me acuerdo que había visto una película de los Parchís en donde ellos hacían no se qué travesuras. Yo salí del cine decidida a armar lío en el vecindario. Hice un poco de vandalismo con un grupete: llevamos unas herramientas y destrozamos algunos jardines, invadimos algunas casas en las que no había nadie, no para robar, sino para experimentar la sensación de peligro. Dejamos una rana con una cartita en la puerta de una casa envuelta en una canasta. No sé qué se me pasaba por la cabeza en ese entonces. Lo más probable es que estuviera muy aburrida. Se que nos divertimos mucho. Ahora que lo pienso creo que exageré, los Parchís no hacían ese tipo de cosas. Se me fue la mano. Pero duró solo unos días. Lo que sí me acuerdo es que nos divertimos mucho. Un día se me ocurrió que yo, mi hermana y una amiga teníamos que disfrazarnos de prostitutas y salir por el barrio. Lo hicimos. Tengo fotos espantosas, era toda la moda de los setenta. También patinábamos, ibamos a la playa, andábamos a caballo. Qué épocas. Y así era la forma en que las cosas sucedían. No pensaba mucho. Solo trataba de llevar adelante mis fantasías. Y así actuaba. En esos términos vivía. Como una salvaje. Al lado mío tengo a Lobito que me aúlla y quiere que juguemos con la pelota. Creo que voy a hacerle caso. Sinó me llora. Lobito me recuerda "Cuando el niño era niño..."


lobito

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